Compartimos con ustedes el discurso de Shafick Hándal el día de los Acuerdos de Paz, en un especial que dedicaremos éstos días a los Acuerdos de Paz.
Señor Presidente de México, Don Carlos Salinas de Gortari

Señor Secretario General de las Naciones Unidas, Don Boutros Ghali;

Señores Presidentes de Venezuela, España y Colombia;

Señores Presidentes de Centroamérica;

Señor Secretario General de la organización de Estados Americanos,
Don Joao Baena Soares;

Señores Cancilleres y demás Representantes de los Gobiernos invitados;

Señoras y señores, Amigos y compañeros.

Es motivo de profunda satisfacción para nosotros que la firma del Acuerdo de Paz se realice en el Castillo de Chapultepec, aquí donde los Niños Héroes demostraron la indomable voluntad de los mexicanos para defender su Patria, su dignidad y su soberanía; lugar que evoca también la victoriosa lucha de Benito Juárez contra la impostura, por la República y las reformas que dieron a México su perfil definitivo como nación soberana.

Estos valores que pertenecen a México, están integrados en los cimientos de la latinoamericanidad.

La firma del Acuerdo de Paz marca la culminación de una etapa decisiva en la larga y heroica lucha del pueblo salvadoreño por sus ideales de libertado justicia, democracia, dignidad humana y progreso; ha sido la rebeldía indomable de miles y miles de salvadoreños, en su mayoría jóvenes y también niños --como los de Chapultepec-- la que ha conducido a que la Nación pacte este nuevo consenso que asegura a todos sus hijos iguales derechos de participación en la conducción del país.

Lo principal de este logro es el fin de la hegemonía militar sobre la nación civil, el final de una larguísima época durante la cual fueron ahogados los ideales liberales de los Próceres de nuestra Independencia, en beneficio de una minoría opulenta, apoyada en la fuerza, que llegó a volverse insensible al clamor del pueblo laborioso y pobre.

Durante muchísimo tiempo, una y otra vez, los salvadoreños intentamos cambiar esta situación por vías pacíficas, incluso electorales, pero estas puertas fueron cerradas. Fue necesario que nos alzáramos empuñando las armas para abrirlas y no nos arrepentimos de ello; la lucha armada revolucionaria en las condiciones de El Salvador ha sido necesaria y legítima; la voluntad de llevarla inclaudicable hasta el final es el mérito de miles de combatientes del FMLN, apoyados en todos los momentos y circunstancias por el pueblo civil, a costa de inmensos sacrificios y sufrimientos; es el mérito del movimiento popular que mantuvo en alto su lucha y sus banderas reivindicativas, a pesar de todas las adversidades.

Rendimos un emocionado homenaje a todos los caídos y a las víctimas, a todo el pueblo por su sacrificio y apoyo.

Lil Milagro Ramírez, Luis Díaz, Rafael Arce Zablah, Felipe Peña, Rafael Aguiñada Carranza ofrendaron sus vidas tempranamente por los ideales que hoy están comenzando a realizarse, cuando era difícil siquiera imaginar este momento. Ellos simbolizan a todos nuestros caídos y la unidad de las filas revolucionarias, sin la cual no estaríamos ahora en esta solemne ceremonia de significación internacional.

Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Enrique Alvarez Córdova y demás dirigentes del FDR, los Padres Jesuitas, los humildes campesinos desarmados caídos en el Sumpul y El Mozote, Febe Elizabeth velásquez y sus compañeros, simbolizan el martirio del pueblo salvadoreño.

La Comandancia General del FMLN expresa su reconocimiento a nuestros combatientes y jefes, en su mayoría surgidos del pueblo campesino, por haberse constituido en un formidable y excepcional ejército guerrillero, verdadero forjador de esta paz justa y transformadora que ahora comienza.

Esta ha sido y es una lucha cuyas motivaciones y causas están fincadas muy hondamente en nuestra realidad nacional; su rebeldía, determinación y tenacidad, su convicción libertaria y reformadora anduvieron desde mucho antes por los cuatro rumbos de nuestro continente en Simón Bolívar, Francisco Morazán, Benito Juárez, José Martí, César Augusto Sandino, Agustín Farabundo Martí , tantos otros venerados latinoamericanos, inquebrantables abanderados del futuro.

Los Acuerdos que hemos firmado contienen el diseño del nuevo país que deseamos los salvadoreños, de la vida que queremos vivir los salvadoreños. Ahora se inicia la etapa de ejecución de estos acuerdos, vale decir la conversión en vida diaria de este diseño que expresa el nuevo consenso de la nación. El FMLN está consciente de los riesgos y dificultades, de los obstáculos a vencer para que esta obra sea realizada, cumpliendo en letra y espíritu los documentos firmados. De ello dependerá la estabilidad, la solidez de la paz y el futuro de la Patria. Por eso deseamos expresar nuestra voluntad de cumplir y de hacer los esfuerzos necesarios para que todos quienes están comprometidos con los acuerdos, los cumplan también a cabalidad.

El cumplimiento de los acuerdos necesita de una constante atención de la comunidad internacional, en términos de apoyar fuertemente al Secretario General de las Naciones Unidas en su responsabilidad de vigilar y verificar este proceso, y aportar recursos en favor de la reconstrucción del país.

El FMLN ingresa a la paz abriendo su mano, que ha sido puño y extendiéndola amistosamente a quienes hemos combatido, como corresponde a un desenlace sin vencedores ni vencidos, con el firme propósito de dar comienzo a la unificación de la familia salvadoreña- Deseamos extender también nuestrá mano al Gobierno de Estados Unidos en busca de una nueva relación basada en dignidad y cooperación.

Nos encaminamos por la ruta de los Acuerdos de Paz a modernizar el Estado y la economía, a conformar un país pluralista política, ideológica, económica y socialmente, como fundamento de una democracia participativa y representativa, de una paz estable y de una reinserción en el mundo, abierta y plural, que permita a los salvadoreños; emplear a fondo su proverbial laboriosidad y creatividad para hacer despegar el desarrollo, asegurarle cauces anchos y variados y altos ritmos.

Deseamos vivir en paz entre los salvadoreños; deseamos vivir en paz con los hermanos países de Centroamérica y establecer con ellos una activa y estrecha cooperación. Estamos decididamente a favor de la total y pronta desmilitarización de Centroamérica, que la convierta en una zona de paz, integración y progreso constante.

El FMLN tiene conciencia de que la solución negociada de la guerra civil salvadoreña constituye una innovación observada en este y otros continentes, con ojos cargados de esperanza y a la vez cruzados por dudas e interrogantes. El cumplimiento de los Acuerdos es lo único que puede despejar las incertidumbres y convertirlos en un aporte útil para otros pueblos. Queremos que así sea.

Nosotros no estamos llegando a este momento como ovejas descarriadas que vuelven al redil, sino como maduros y enérgicos impulsores de los cambios hace mucho tiempo anhelados por la inmensa mayoría de los salvadoreños. El FMLN se enorgullece de prestar este servicio a la Patria y a su prestigio internacional; pero esto nunca hubiera sido posible sin la participación y la brega de las fuerzas democráticas otrora agrupadas en el FDR, que tanto enriquecieron nuestro pensamiento y abrieran a esta lucha tanto espacio por todos los caminos del mundo.

A Guillermo Manuel Ungo, como hombre síntesis de ese pensamiento y de esos trajines mundiales, dedicamos nuestro recuerdo y homenaje.

Tampoco habría sido posible alcanzar estos logros sin la solidaridad popular con nuestra lucha, literalmente en todos los continentes del Planeta.

Deseamos asimismo expresar nuestro reconocimiento a la sabia y certera visión de largo alcance expresada por México y Francia en su declaración conjunta de Agosto de 1981. Esa declaración demandaba solucionar el conflicto salvadoreño por la vía política de la negociación y reconocía al FMLN y al FDR como fuerzas políticas representativas cuya participación en dicha solución era indispensable. La declaración memorable de México y Francia está presente y triunfal este día en el Castillo de Chapultepec.

Queremos agradecer a México su constante y cotidiano apoyo a la negociación salvadoreña y al pueblo mexicano su calor y simpatías.

Deseamos expresar nuestro reconocimiento a Cuba por su desinteresado, siempre seguro y respetuoso apoyo; en particular deseamos agradecerle la esmerada atención a cientos de combatientes del FMLN lisiados de guerra, que han recibido sofisticados tratamientos médicos, educación y condiciones decorosas para vivir, recuperarse y prepararse para su reincorporación al trabajo productivo.

Agradecemos de todo corazón su solidaridad al pueblo de Nicaragua, al Frente Sandinista y su gobierno, así como también al actual gobierno de Doña Violeta Barrios de Chamorro por su comprensión y estímulo en favor de la negociación.

Nuestro emocionado reconocimiento a don Javier Pérez de Cuéllar, a su Representante Personal Alvaro de Soto, a su esforzado y, creativo equipo, al señor Marrack Goulding por el tesonero trabajo de todos ellos para lograr que los salvadoreños nos entendiéramos y pactaramos la paz. Saludamos la forma ágil y decidida con la que el señor Boutros Ghali, nuevo Secretario General de las Naciones Unidas, le está dando continuidad al esfuerzo por la construcción de la paz en El Salvador.

Nuestro agradecimiento a los gobiernos de México, Venezuela, España y Colombia por su activa participación como amigos del Secretario General, animándonos y ayudándonos a los salvadoreños a lograr el acuerdo que hemos firmado.

El FMLN desea reconocer al Gobierno de Estados Unidos su cooperación para que la negociación alcanzara sus frutos, particularmente desde la ronda de negociaciones en septiembre del año pasado en Nueva York.

Agradecemos a tantos otros gobiernos y a las ONGs de Europa y Norteamérica, lo mismo que a todas las Iglesias, por su apoyo a los refugiados salvadoreños, a los desplazados por la guerra a sus repoblaciones, por su ayuda a distintos sectores de nuestro pueblo durante estos años largos de sufrimientos.

A todos les pedimos mantener el interés por El Salvador ayudarnos a reconstruir nuestro país y consolidar la paz que hemos ganado.

Los acuerdos han abierto el camino y el método de la concertación económica social para encontrar y pactar soluciones que permitan compartir los costos de la guerra y de la posible crisis del inicio de la paz; han creado la COPAZ, que ya se encuentra funcionando y otros mecanismos y conductos participativos en la ejecución y supervisión del cumplimiento de los compromisos firmados. Las Partes en la negociación hemos terminado nuestro trabajo, desde ahora la Nación entera asume el protagonismo de su propia transformación.


¡ Viva la Paz ! ¡Viva El Salvador! ¡Viva México!


México, 16 de Enero de 1992.
DISCURSO DEL COMANDANTE SCHAFIK JORGE HANDAL
Miembro de la Comandancia General del FMLN
y Jefe de su Comisión Negociadora,
Durante la Ceremonia de la Firma del Acuerdo de Paz
Hoy compartimos con ustedes la homilia dada por Monseñor Romero un 7 de abril de 1977.
Lecturas:
Isaías: 61, 1-3a. 6a. 8b-9
Apocalipsis: 1,5-8
Lucas: 4,16-21

Queridos Hermanos:

"Hoy se cumple esta palabra" fue la homilía de Cristo después de leer al profeta Isaías, anunciando una efusión del Espíritu Santo sobre el pueblo. Y yo tengo el inmenso honor de decir también en esta mañana de Jueves Santo: hoy se cumple esta palabra. Y qué hermosamente se está cumpliendo. Aquí en el presbiterio de la Catedral, rodeado de una buena representación de los presbíteros que trabajan en la Arquidiócesis; con mi hermano, el señor obispo auxiliar, Monseñor Rivera; y llenando la nave, el pueblo que ha recibido una efusión del Espíritu: Nos preparamos para celebrar el triduo pascual. Es como nos invitó la catequesis introductoria de esta ceremonia, como una síntesis que la Iglesia nos está ofreciendo esta mañana, de todo el contenido pascual que se va a desarrollar en estos tres días: La muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo.

No tiene sentido todo esto si no comenzamos por recordar que todo ésto es obra del Espíritu Santo y esta misa es un homenaje al Espíritu que unge a Cristo, a los presbíteros que presidimos la Semana Santa y al pueblo que celebra su redención. Si no es porque una fuerza de Dios inundaba a Cristo, el mundo no hubiera sido salvo. Y si no es porque ese Espíritu de Cristo se transfunde en la Pascua a unos ministros que han de llevar su redención al mundo, y ese mundo lo recibirá a través de los sacramentos, no tendría tampoco un sentido la muerte redentora y la resurrección del Señor. O sea, que esta misa crismal, como la llama la liturgia por el Crisma, por la unción del Espíritu Santo, es un resumen bellísimo de toda la Pascua. Hoy comienza la Pascua de 1977 en nuestra historia y comienza en esta forma solemne, suspendiendo todas las misas de la Arquidiócesis, para concentrar toda la atención en torno del sacerdote escogido por Dios, no por sus méritos, sino quizás por su pequeñez, por sus limitaciones, para ser el signo de la fe, de la unidad en la diócesis, y sentir que a través de él con quien comparten responsabilidad todos los presbíteros, el Espíritu de Dios sigue siendo la redención pascual en el pueblo que cree en Jesucristo.

1. CRISTO, OBRA DEL ESPIRITU

Tres grandes obras del Espíritu Santo evoca esta ceremonia de hoy y las escucharán, en bella síntesis, en el prefacio que dentro de un momento se cantará. La primera obra del Espíritu Santo es el mismo Cristo, o sea, que la segunda persona de la Santísima Trinidad se haya hecho hombre, se haya unido a un cuerpo y a un alma humana en las entrañas virginales de María, sin perder su virginidad. Es obra del Espíritu Santo, no tanto por el milagro virginal de esa concepción, sino ante todo porque ese ambiente virginal era el que correspondía al gran misterio de un Verbo de Dios que unge por obra del Espíritu Santo la naturaleza humana de aquel hombre que nace de María, al mismo tiempo Dios. Hombre y Dios, obra del Espíritu Santo. Por eso el ángel le dice a María: "Lo que nacerá de tí, será obra del Espíritu de Dios, y él salvará al mundo de sus pecados, porque viene ungido con la potencia de Dios". Y aquel niño que nace de María, ungido por el Espíritu Santo, es hombre y Dios, que cuando llegó a la plenitud de su edad, queda colgado en un madero para sacrificar así sus carnes ungidas de Espíritu de Dios para redención del mundo; y lo hizo pontífice de la Nueva Alianza.

Este Cristo muerto en la cruz y resucitado, llevando en su gloria las cicatrices de la pasión, es un hombre ungido por Dios, pero con una unción única. No habrá más sacerdocio que el suyo. El único sacerdocio es el de Cristo Redentor, es la alianza que El restablece entre Dios y los hombres. Ya no se dá otro nombre en la tierra por el cual los hombres pueden ser salvos, fuera del nombre de Jesús. Esta es la obra maestra del Espíritu Santo, haber ungido esa humanidad de hombre con una potencia de Dios para que fuera el pontífice de la alianza eterna, para ser la causa de nuestra redención. Pero ese pontífice eterno y único no se queda aislado de la historia.

2. EL PUEBLO UNGIDO POR EL ESPIRITU.

La segunda obra del Espíritu Santo que estamos conmemorando hoy en esta misa crismal es que ese sacerdocio único de Cristo, al mismo tiempo que es rey y que es profeta, transmite a todo el pueblo redimido, la capacidad de ser también un pueblo de sacerdotes, de reyes, de profetas. Y así comenzaba la misa de hoy con ese canto del Apocalipsis puesto en labios de todos nosotros: Nos hiciste pueblo de sacerdotes, pueblo de reyes, pueblo de profetas, porque la unción del Espíritu que ungió a Cristo se hace nuestra unción.

El día de nuestro bautismo, queridos hermanos, cuando el agua y el Espíritu, nos lavaron el pecado original, el sacerdote para simbolizar la grandeza positiva de aquel momento, nos unge la cabeza con el sagrado crisma, que aquí se va a consagrar con él a todos los niños y bautizados de la diócesis, porque por esa unción manifestamos que el bautismo incorpora al hijo de la carne en la Iglesia, que es pueblo de Dios, pueblo sacerdotal, pueblo de profetas y de reyes.

Es hora bendita ésta, para recordar nuestra pila bautismal. Es un momento en que no sólo nosotros los presbíteros vamos a renovar nuestros compromisos, de haber sido ungidos. Yo quisiera, hermanos, invitarlos en el Crisma de hoy, a recordar el crisma que cada uno lleva ungida a su alma en aquella pila bautismal del pueblito o del cantón; allá nacimos, allá el sacerdote llegó con el agua del bautismo y el santo crisma llevado de la catedral, consagrado aquel año para ungirnos miembros de este pueblo, profeta, sacerdote y rey. Y llevamos entonces, como pueblo de Dios, esa triple responsabilidad, ese triple honor, que hoy gracias a Dios va comprendiendo cada vez más el laicado; o sea, ustedes que no son religiosos ni sacerdotes del altar pero que son sacerdotes en el mundo, son profetas en el mundo, son reyes que deben de trabajar para que el imperio de Cristo reine en la sociedad, en las estructuras, en el mundo. Y tienen que anunciar como los profetas, como pueblo profético ungido por el Espíritu que ungió a Cristo las maravillas de Dios en el mundo, animar lo bueno que en el mundo se hace y también denunciar enérgicamente lo malo que en el mundo se hace. Para eso son los profetas, para anunciar y animar la bondad y para denunciar y condenar la maldad. Y ésto lo va comprendiendo cada vez más este pueblo que lleva la unción poderosa del Espíritu Santo para que no sólo miren al obispo y a los sacerdotes a ver que hacen, sino que ellos mismos se sientan responsables de esta Iglesia profética, regia y sacerdotal.

Y yo me alegro, hermanos, al hacer esta reflexión con ustedes, recordando nuestro común bautismo, que ya son muchas las comunidades en nuestra diócesis donde se va despertando este sentido del bautismo, donde se va viviendo esa responsabilidad de ser miembros de la Iglesia, de pueblo de Dios ungido con la potencia pascual de nuestro Señor Jesucristo.

Sigamos trabajando y tomando conciencia, y no seamos simplemente espectadores de la actividad de la Iglesia, sino que nos sintamos Iglesia, porque lo somos, porque el Espíritu de Dios nos ha ungido y nos ha hecho capaces para llevar como Cristo, una misión sacerdotal que consagre el mundo a Dios, una misión profética que anuncie a Dios al mundo, una misión de reyes que haga dominar a Cristo sobre todo cuanto existe en la tierra.

3.EL PRESBITERIO, OBRA DEL ESPIRITU.

Y finalmente, y principalmente, esta es la celebración de esta mañana, la tercera obra del Espíritu Santo es que, de ese pueblo profético, regio y sacerdotal, ha escogido a unos cuantos miembros para darles una misión especial, y aquí estamos. Me siento alegre y feliz, hermanos, de haber llegado a la Arquidiócesis en un momento en que el presbiterio, los sacerdotes, se han compactado tan íntimamente con el obispo. Y en este Jueves Santo podemos presentar, como el fruto de ese trabajo y de esa unión del Espíritu Santo, a este sacerdocio unido con el obispo.

¿Qué fue nuestra unción sacerdotal, queridos hermanos sacerdotes? Y en esta mañana es bello recordar aquel altar tan distinto para cada uno de nosotros, cuando un obispo nos impuso la mano para darnos la potestad de celebrar la santa misa por los vivos y los difuntos y, soplando como Dios el insuflo del Espíritu Santo, nos dijo: "Recibid también la potestad para perdonar los pecados en el nombre de Dios". Y entonces quedó constituida nuestra capacidad, nuestra potestad sagrada por ese carácter indeleble que los sacerdotes presbíteros llevamos. Lo llevamos, dice el prefacio de la misa de esta misa crismal, para congregar al pueblo en una unidad de amor y celebrar ante ellos el sacrificio perenne de la redención humana y alimentar al pueblo con la palabra de Dios y robustecerlo con los sacramentos. Qué síntesis más hermosa de lo que es nuestra misión en el mundo: congregar al pueblo.

MINISTERIO DE UNION.

El sacerdocio está hecho para unir, no para dividir, y siente la alegría cuando la Iglesia reboza, porque a su palabra han acudido para crear esa comunidad de fe, de esperanza y de amor. Y las comunidades, cuanto más íntimas van creciendo en el amor y en la fe, llenan más de satisfacción el corazón del sacerdote, que es un ministerio de unión, de unidad en el mundo. Y por eso sentí la inmensa alegría cuando le dije al Padre Santo, apenas hace nueve días, que le presentaba un sacerdocio unido con su obispo y que trabaja por la unidad del pueblo de Dios. Qué don más precioso debió considerar el Santo Padre, como lo considero yo, el don precioso de la unidad del presbiterio, para que así cada sacerdote que trabaje en la unidad de su propia parroquia no hace su Iglesia individual, a su gusto, según los caprichos del mundo o de sus criterios personales, sino que lo hace en unión con el obispo, en disciplina santa con el que es pontífice responsable de toda la diócesis; así como el obispo no hace una diócesis a su gusto, sino en comunión con el Papa, para formar la gran comunidad: la Iglesia universal.

Este ministerio de unidad es el que celebramos hoy al congregar aquí, en esta concelebración, a los sacerdotes de todas las parroquias, por lo menos los que han podido y querido venir; y también representándolos a los que no han venido, los que están aquí.

MINISTERIO DE LA PALABRA.

Queridos hermanos, también el sacerdote en esta reunión de amor, de esperanza, de fe, reparte al pueblo la Palabra de Dios. Tiene que ser la Palabra de Dios. La palabra que salva no es la palabra del hombre, sino la Palabra de Dios; y por eso tiene que tener el cuidado de mantenerse en sintonía perfecta con lo que Dios quiere, con lo que Dios pide. Y esta hora, que los obispos dijimos hace pocos días, es una hora de conversión. Nos toca a nosotros sacerdotes convertirnos a la verdadera Palabra de Dios, para que ni por exceso ni por defecto se convierta en palabra de hombre. Tiene que ser una conversión a lo que Dios quiere, a lo que Dios dice. Esa Palabra de Dios tiene una misión religiosa, dijo el Concilio, pero por eso también una misión humana y, por ser religiosa, busca hacia Dios; pero, por ser humana, busca también de resolver y ayudar a los hombres en sus grandes problemáticas de la tierra. O, como dijo el Papa, es una evangelización que tiene una relación íntima con la promoción, con la liberación. Y es aquí donde toca la conversión de los sacerdotes a una verdadera búsqueda de lo que Dios quiere en esta predicación: Que sea verdadera evangelización de Dios y que sea también la auténtica promoción que Dios quiere en el mundo, porque separarlas sería olvidar el gran precepto del amor: amar al prójimo y preocuparse de sus necesidades, de sus situaciones concretas, ayudarle como el buen samaritano al pobre herido que estaba por el camino.

Hermanos, esta palabra es la que ahora ilumina la unidad de los sacerdotes. Es una palabra divina pero humana, porque viene de Dios, tiene también sus raíces humanas y tiene sus aplicaciones en las cosas concretas de la tierra. Desencarnarse y no pensar en las cosas de la tierra no sería Palabra de Dios. Encarnarla demasiado y olvidarse que es de Dios tampoco sería Palabra de Dios. Esta alimentación de la palabra divina cunde y culmina cuando se encuentra, dice Pablo VI, en el gran signo del encuentro con Dios que es la Iglesia y en los signos sacramentales; o sea que el sacerdote está hecho para repartir unos sacramentos que son frutos de una conciencia convertida a Dios y un lugar de encuentro con el Señor.

SIGNO DE LA PRESENCIA DE CRISTO.

Y después de alimentarnos con la Eucaristía, renovando el sacrificio de la redención, y con los demás sacramentos que van a ser simbolizados en las ánforas de los santos aceites que vamos a bendecir y consagrar hoy, el sacerdote está sirviendo a Dios y sabe que su vida en ninguna otra cosa la puede emplear mejor que en ser el signo de la presencia del amor redentor de nuestro Señor Jesucristo.

Por eso, es día grande para nosotros los sacerdotes, es nuestra mañana sacerdotal; así como en la tarde será la inauguración de la Eucaristía por Cristo, pero confiada a este grupo de sacerdotes. Hoy celebramos la idea grandiosa de Cristo de encontrar un grupo de hombres que no sólo anuncien con la palabra su redención, sino que la realicen por la santa misa que celebran, por los sacramentos que administran, por la gracia que van llevando a los corazones.

Queridos hermanos, ante esta triple obra del Espíritu Santo, ya sabemos lo que significa nuestra misa crismal, y ya sabemos lo que significa la obra de Cristo muerto en la cruz; y su resurrección es la venida del Espíritu, porque la venida del Espíritu Santo no fue en Pentecostés, fue en la Pascua, fue cuando Cristo insufló sobre los apóstoles a la misma noche de la resurrección: "Recibid el Espíritu Santo". Si cincuenta días después celebramos Pentecostés, es como una manifestación pública de esta Iglesia que ya existe silenciosa, ungida por el Espíritu Santo.

Celebremos, pues, en la misa crismal, en el símbolo del crisma y del óleo de los enfermos y de los catecúmenos, la unción del Espíritu Santo que ha bajado de la vida de Dios para darnos un pontífice eterno, Cristo Jesús, y junto a Cristo unos pontífices temporales que servimos al pueblo para conducirlo a Dios y para celebrar, queridos hermanos, como pueblo consagrado por el bautismo, una misa de acción de gracias al Señor, al Espíritu Santo, que ha querido ungirnos como pueblo sacerdotal, como pueblo de profetas y como pueblo de reyes.

Así sea.